25 de octubre de 2010

Por la "Casa de las Torrijas"

Yo, debo confesarlo inmediatamente, adoro los bares "de toda la vida", la estética viejuna de tabernilla ajada y castiza, la tasca de azulejo y gamba a tierra.

Entre un lounge-bar de claroscuros flúor y un buen tugurio aguardentoso, entre un 'penhouse' de camas balinesas y un arcaico bareto para jubilados, me quedo, alegremente, con los segundos.

Si Madrid está llena de garitos, hay muchos del tipo que a mí más me gusta y que bien merecerían un post como éste; de casi ninguno sé el nombre verdadero, me oriento por su ubicación y los recuerdos que pueda guardar de ellos: el bar de la muerte de Tirso, el de los cuentos chinos de detrás de Sol, el de la víspera de Navidad de Quevedo, el de la noche con Olga de San Vicente Ferrer, el que llamábamos del enano verde en las juergas con Elena... Otros mantienen su egregio nombre en mi memoria como un trofeo "La Venencia", "El Palentino", "La Casa de Granada"... y aún otros tienen un aire de impostura gafapástica que me hace dudar de su honestidad (¿fue siempre tan cool el Maño? ¿y el Dos de Mayo? ¿y las tintineantes Bodegas lo Máximo en que hoy sirven un ominoso garrafón?)

Entre todas estas estas cantinas de abolengo hay una por la que quiero brindar ahora y quiero hacerlo porque este fin de semana me eché unas buenas risas bebiendo su vino de la casa a 90 céntimos, pelando los pistachos de sus tapas y cotilleando las batallitas del par de borrachas afincadas en su barra de azulejo. En la callejuela de la Paz (a continuación de Correos), un par de pasos después de ese paraíso para las cosedoras y 'duityurselfistas' que es Pontejos, frente al fantastma de ese teatro maravilloso que fue el Albéniz, está la Casa de las Torrijas, el As de los Vinos, según proclama orgullosamente el precioso espejo de su salón.

Que nunca, entre las veces que he ido, me haya apetecido una torrija (de 1,30), que no me haya atrevido con sus olorosas raciones de callos (6 euros) o que el pequeño camarero de calva repeinada no se parezca nada de nada a Kortajarena (por más que no deje de ligar con las borrachas), es lo de menos. Este mesoncillo legendario a la vera de la puerta del Sol es un tesoro. No en vano, según reza un letrero, fue fundado, nada menos, que en 1907.

Siempre lo he pasado de miedo en la "Casa de las Torrijas". Su luz de gas, sus espejos omnipresentes, sus maleteros dorados, como de tren, sobre los banquitos de sus paredes, sus carteles de toreros y manolas, sus preciosos azulejos verdes y azules, sus polvorientas botellas de Soberano en exposición, su desubicado gato chino de la suerte (un gatito dorado de los del todo a cien) y sus mesas de colores brillantes con vehementes anuncios sobre las propiedades reconstituyentes del vino le ponen a uno de buen rollo.

Le da ganas a cualquiera de irse de farra, de beberse la vida a sorbos felices y de brindar sin parar por las cosas bellas.

23 de octubre de 2010

Por los botines de bruja del Norte

Aunque ahora se lleven a más no poder, yo tengo unos desde hace cumpleaños y medio (iba a escribir "dos cumpleaños", pero me ha dado una punzada de viejunería y no he querido hacer sangre). Desconozco el término fashioneril para designarlos: a mí me recuerdan a las botitas de cordones de las bailarinas de can-cán o a los botines de Marie Poppins y la señorita Rottenmeier.

Fueron un regalo de mis amigos (más bien el regalo por el que cambie unas botas moradas que me habían regalado mis amigos) y, en honor a los amigos regaladores, mantuve el color de su elección, el morado.

Me los he puesto un trillón de veces, los he llevado sin parar al zapatero de tanto desgastarles los taconcitos de institutriz y se han convertido, con el roce y el cariño, en quizás mis zapatos predilectos, aunque a mí, con los zapatos, me pasa mucho que cuanto más me gustan es cuando están ajados y maltrechos, y un poco recocidos, casi como las botas de Chaplin en La Quimera de Oro. Cuando tienen en su piel un montón de recuerdos (y mis botines cancaneros son de piel, nada de oler a Blanco)

Me los he puesto con pitillos, con campanas, con vestidillos breves y con faldones largos, para ir a currar y para salir de fiesta, para ir de viaje y para quedarme en casa (soy una maniática, no me gusta nada andar en zapatillas ni pantuflas).

Mis botines conocen Lisboa y Estoril, Nápoles y Amalfi, Londres, París y Barcelona; se han paseado, en Madrid, del pulquérrimo barrio de Prosperidad a las entrañas de Lavapiés, del elegante Barrio de Salamanca a la desastrada Malasaña, del barrio del Pilar a Aluche, de Argüelles al Matadero.



Ahora están en todas las tiendas y yo quiero todas las variaciones de este modelo que a mí me hace pensar en la mala de "El Mago de Oz"(los de Zara, los de Hakei, los de Hazel y los de Fosco, los de Emme -juas juas- y los de Clarks... todos) Espero que eso entristezca a mis zapatitos morados... ¿tendrán celos los zapatos unos de otros? ¿qué se contarán, por la noche, en la oscura estrechez del zapatero?

21 de octubre de 2010

Por los momentos de complicidad ante un Jaguar

Salgo de trabajar (calle Goya), tengo un evento a las 8 y media y como quiero hacer tiempo y necesito unas medias, me meto en H&M a estirar lo más que pueda el saldo de final de mes. Un calzedonia hubiera sido la solución idónea (disculpas por el ripio), pero H&M está mucho más cerca.

Las medias en cuestión, objeto de mis cuitas, me resultan bastante feas y nada baratas, de modo que salgo de ese reducto de felicidad consumista made in Suecia con las manos en los bolsillos de mi abrigo, un abrigo, por cierto, que es mi tesoro de las rebajas pasadas y que contribuye grandemente a mi felicidad. Si me lo pongo y le presto atención, estoy más contenta (es de Comptoir de Cotonniers).

A la vera del semáforo me detengo, lo mismo que un grupete de paseantes anónimos. Está en rojo.

Y entonces sucede.

Sucede que se desencadena todo lo que ahora me da la gana de festejar con este brindis.

Y es que un Jaguar alucinante, en color verde oliva, un carrazo despampanante de los que parece que ponen el mundo a cámara lenta a su paso, uno de esos, se detiene junto a nosotros.


Y del Jaguar desciende un atractivo caballero, en los 40, guapérrimo, rizos engominados, riguroso traje de chaqueta azul marino y abre una de las puertas traseras, la contraria al asiento del conductor, a nuestro lado.

Y entre el grupete de paseantes anónimos, una señorona morenaza con una infinitud de bolsas de papel en cada mano -una señora en que la nadie parecía haberse fijado mucho- se adelanta y, a la aleve inclinación de cabeza del apuesto chófer, entra en el cochazo portentoso (todo tiene un punto de superlativo en la escena) y deja cerrarse la puerta tras de sí, en un suspiro. oh!

Y entonces ocurre.

Ocurre que el grupete de paseantes deja de ser anónimo. Yo giro la cabeza hacia mi derecha y sonrío perversamente a mi vecina, una bella dama sin ninguna bolsa de ningún material en la mano, y ella, a su vez se gira hacia su ¿marido? un cincuentón, con bigote, y bastante aparente y éste le pega un codazo a la chavalina que está a su lado, diría que su hija (porque se le parece en todo salvo en el bigote)

Y soltamos una carcajada. "Igual nosotros somos más felices", filosofea alguien. "Igual un día un pedazo de Jaguar color verde oliva nos viene a buscar con chófer apuesto a alguna parte", fantasea una que yo me sé. "Igual nos toca la lotería" (brava, chavalina!)

Y entre bromas, cada cual cruza la calle Velázquez yo creo que fantaseando con lo que colaría en esa miríada de bolsas de tesoros.

20 de octubre de 2010

por la calle Argensola...

...que con sus 25 números escasos y sus dos manzanas, es una de las calles más bonitas de Madrid.

Un poco pijita y coolhuntista, cierto, pero tan encantadoramente parisina (será que está a la vera de la plaza de la Villa de París, en el alto Chueca), tan bohemia con sus balcones de forja y sus bellísimos portales como el del número 20, envidia de los portales del vecino Barrio de Salamanca.



A mí me encanta irme entreteniendo, desde Mejía Lequerica hasta Génova, de escaparate en escaparate, de capricho en capricho (un entretenimiento platónicamente estético y visual, nada de comprar a estas alturas del mes), de Nice Things a la Pluscuamperfecta, de Suus -madonna, ché scarpe italiane!- a Amaté -golosinería a la enésima potencia- de Antaura a A13... ¡La vida puede ser tan requetemonísima!

Uno (una) se asoma a todas esas promesas de tesoros vintage (ahora queda en mi corazón el recuerdo de un colgante dorado con forma de guepardo que quisiera haber heredado de mi abuela exploradora en Tanzania), a esos bolsos fabulosos (Ensanchez, haces el mundo más bello), a esas delicias pantagruélicas y hermosas (¡oh, gozo hecho comida en Antoura, con ese carro de frutas que parece un bodegón flamenco!), a esos uñódromos donde dejar tu manicura niquelada y pizpireta, a esas montañas de libros fabulosos (en Gaudí), a ese lotero solitario, a esas tablas de skate... (me he vuelto loca esta tarde en la calle Argensola) y se da cuenta de que a veces la felicidad está en 25 minutos de dicha asomado a un ramillete de escaparates.

Argensola es un preludio de Navidad, un conato de viernes, una maravilla. Mañana me paso por la taberna de la esquina a brindar por el fin de semana que se entrevé ya en la distancia...

19 de octubre de 2010

los momentos de humanidad en el Día

En el Día de mi barrio trabaja una cajera que se llama María. Debe de medir un metro cincuenta, tiene cara de no haber cumplido aún 17 años y una voz de pajarito que acongoja. "¿tiene la tarjeta del día, señora?" como si le fueras a partir el corazón de no tenerla.

María personifica la nostalgia y la tristeza que -me parece a mí- tiende a caracterizar a las cajeras del Día, más que a ningunas otras cajeras de supermercados, hipermercados, droguerías y ultramarinos de cualquier clase y ubicación (quede subrayado y en negrita que nada tengo en contra del gremio cajerístico, yo que he trabajado de mil cosas mucho menos motivadoras que acariciar códigos de barras).

María se peina el flequillo hacia atrás, sujeto con un montón de horquillas, estirado y severo, para ver si así se suma un par de años y va pasando por la luz del lector, concienzudamente, los zumos de maracuyá, las latas de atún en aceite, la pasta de bacalao Royal (un día dedicaré un post a este muy loable producto recién incorporado a mi lista de la compra), el papel higiénico. 8.47. ¿no tendrá los 47 céntimos señora? ¿los 7? ¿27? ¿10? María siempre se obceca en optimizar el cambio. Apenas mira a los ojos. Es una criatura tímida.

Hoy a la pobre, sola ante las hordas de compradores del "a cuarto de hora de cerrar", se le ha sumado una cola delante de su caja solitaria de por lo menos 30 individuos cansados y con ganas de llegar a sus casas. Y María ha llamado una vez por el timbre a su colega.

Han pasado 7 minutos ¿o 6? ¿o 46? y la cola llegaba a los cajones de ciruelas en oferta, a la nevera de los precortados de choped y pechuga de pavo y María ha vuelto a tocar la alarma. ¡Amigas -imaginaba uno la voz de gorrión de María implorando a sus compañeras- necesito ayuda!

Las compañeras, dos puertorriqueñas -otra vez, nada tengo en contra de las puertorriqueñas, yo misma pude haber nacido en Puerto Rico como en cualquier otra parte- rechonchillas y no particularmente simpáticas, seguro que andaban haciendo cualquier cosa en almacén o vete a saber dónde, y a María la cola le llegaba a los recodos de los cartones de leche (2 litros de leche de soja con calcio por sólo 1,39 euros, oiga)

Y María ha llamado de nuevo a la alarmita. Kiling, kiling.

Y una de las puertorriqueñas ha llegado refunfuñando por el pasillo, haciendo aspavientos, con cara de ira y le ha soltado, como un bofetón de palabras delante de todo el mundo. "María, eres una torpe" (tal cual). "Si necesitas que venga no me llames mil veces, que no estoy sorda".

Y entonces ha sucedido lo que motiva este brindis, este aplauso, este momento de orgullo de pertenecer a la raza humana.

Porque la pareja de estudiantes que estaba acabando su compra de sopas de sobre y lasañas precocinadas ha dicho a la puertorriqueña que era una maleducada y que estaba mal regañar a su compañera adolescente delante de un montón de gente. Y el señor que iba a continuación (con un paquete de brotes de soja, dos sobres de servilletas de papel y una montaña de cereales, galletas y fiambres en su carro) ha añadido que no ocurría nada por esperar pero que María había hecho estupendamente en llamar varias veces y que qué era eso de andar gritando a nadie.

Y aunque la cajera2 ha refunfuñado y ha replicado no sé qué de que se le estaban cayendo las cajas en el almacén y María no ha dicho ni pío hasta la tercera persona de su cola "¿tiene la tarjeta del Club Día, señora?" yo me he fijado que le brillaban los ojos, como más vivaces, y que le ha asomado una sombra de malicia en la comisura de los labios y hasta parecía un pelín menos triste cuándo le preguntaba a su clienta ¿no tendrá 23 céntimos? ¿3? ¿25? ¿2?


---reflexionando sobre el "momento cajera" no sé si es un poco triste después de todo, pero me ha gustado que alguien defendiera a María que parece tan frágil, tan dulce y tan perdida en su uniforme rojo y blanco.

17 de octubre de 2010

Un brindis por el Rastro...

que empieza con el desayuno al sol de Tirso de Molina: café con leche en la terraza de la taberna, napolitana de chocolate de la pastelería de al lado.

Un brindis por el trío de swing que toca en la plaza del Duque de Alba, con su indumentaria de época roja y negra; por la gitana que berrea en la esquina, por la tropa de violinistas húngaros, por las dos cantantes de voces agudas que tocan el ukelele remedando a las Andrew Sisters.



El sol repiquetea en la plaza de Cascorro, más allá de los vendedores de orquídeas, de los puestos de Levy's de segunda mano, de los tenderetes de bisutería y juguetes infantiles, apenas un paso más adelante del imperturbable barquillero. Y la marabunta desciende por la Ribera de Curtidores en busca de cachivaches, pelapatatas eléctricos, babuchas marroquíes, pañoletas de colores inverosímiles.

A mí me gusta torcer a la derecha justo antes del conservatorio de danza, por la calle de las Amazonas, donde venden los boquerones en vinagre más ricos de mundo y el olor de las sardinas asadas del bar Santurce invade las aceras.

Mi favorita es la plaza del general Vara del Rey porque allí la señora María pone su banca de ropa a un euro (3 piezas a 5 euros si se pone magnífica o le consta que viene con buena mercancía) A veces me guarda tesoros y hoy he encontrado una blusa blanca preciosa que ha resultado ser parte de un antiguo uniforme de Iberia.

Tras la media hora de revolver en el cajón de ropa usada, uno puede seguir bajando por Curtidores, parando a ratos en las tiendas de muebles y en las almonedas llenas de tesoros. Un par de nuevas quincallerías chinas me tientan con sus anillos de jade, sus láminas de colores, sus figuritas eróticas en falso marfil, sus grullas intimidantes y su soberbio mobiliario de la dinastía Ming.

Y de remate un vermut en la plaza de los cromos, o una tosta aceitosa de pulpo donde acaba la calle de Mira el Río Baja. Paco Villar, a la vera del Cambalache, ya está recogiendo sus tesoros de plástico y sus guitarras de formas inverosímiles.

15 de octubre de 2010

Por los tratamientos anticaída

porque, en nuestra lista de obsesiones estéticas, pasado el tiempo de los bikinis, entrado el tiempo de las castañas, sustituyen con pasmosas intensidad y rapidez a las cremas anticelulíticas (el caso es empotingarse para luchar contra algo)

por su vocación igualitaria y antisexista, por su afán de equiparnos, en torturas,inquietudes y desvelos, al género masculino.

por su ineluctable capacidad de remover nuestra fe, por su cariz de agarraderas a la posibilidad del milagro, por cómo nos devuelven la candidez infantil, la ingenuidad primigenia para creer que casi todo es posible (con un poco de ayuda química).

por su caleidoscópica variedad de formatos que recuerda la botica de un aprendiz de alquimista (lociones, afeites, pomadas, serums, tónicos, cápsulas, clésidras, espumas, aguas jabonosas...)

por sus texturas -grasas- y sus olores -fétidos- que hacen que te preguntes si una calva bien plantada, después de todo, no tiene su punto sexy.

14 de octubre de 2010

Un brindis por Senegal

por la caótica cordialidad del aeropuerto Leopold Senghor donde te aturrullan con promesas de taxis, de cambio, de "cefas" .CFAs-, de souvenires, de hoteles baratos... y, a la vuelta, mientras pasas la bolsa por el escáner, un segurata te pregunta si no te irás de vuelta a casa sin haber bailado lo suficiente (jamás me habían hecho semejante pregunta en un aeropuerto).

un brindis por el thof a la brasa, por los calderos de thiebudien, por las gambitas de Cassamance, por los trillones de calorías de la riquísima salsa del mafe, por el zumo de baobab, por las inconfundibles Gazelles, por el olor del kinkiliban con leche condensada (que allí sabe más que en ningún otro sitio a Gloria) y por esa deliciosa pasta de chocolate y cacahuetes que se llama Chocolion -c'est bon!- (la nocilla senegalesa).

por las canciones de Youssou'N'Dour, por los bubús con diseños batick (que se inventan artistas como la bella Ndeye), por los minibuses pintados de azul, por los taxi brousse en las gares routieres, por los omnipresentes autobuses 'tata', por las telenovelas al ritmo de tonadas ochenteras ("Si tú eres mi hombre...") y por los altísimos fromagers sagrados.

Un brindis por las olas que bañan la isla de Karabane (con sus barreras de manglares, sus palmas infinitas, sus cangrejos violinistas, sus niños preciosísimos, sus tambores y yembés en el Calypso y la encantadora cordialidad de Mª Hellene -que es una apasionada del Scrabble). Un brindis por los delfines que acompañan a los ferrys por el río.

...por la cálida y cercana personalidad de los Djola que, cuando te cruzas con ellos, no dejan de sonreirte y lanzarte su kassumay! (¿cómo estás?), un brindis por la fiesta del ekonkong, por los campos de arroz cuajados de ranas tras los chaparrones, por los caracoles más enormes que he visto nunca y por las carcajadas constantes que suplen las veladas de bares cuando se va la luz y tampoco funciona el agua corriente.

Un brindis por el bullicioso frenesí de los mercados (los olores de Ziguinchor, las telas de Sandaga, el colorido eclecticismo gamberro de Kermel -donde te cambian el chubasquero por la magnificente talla en ébano de una girafa y donde siempre, siempre, siempre, hay que insistir a los vendedores Wañi-koo!)

un brindis por los colores ocres y dorados y las flores de bouganvilla de ese tesoro colonial de infausta memoria que es la pintoresca Isla de Gorée (imperdonable no detenerse ante la puerta de no retorno de la Casa de los Esclavos)

Un brindis por los bellos y esbeltos senegaleses y senegalesas, por las risas omnipresentes de los niños (tangal, tangal!) y de los mayores, por los paseos en bicicleta, por una cordialidad generosa y constante, por un país tan bello, tan desmesuradamente fascinante... que hace que uno, en la puerta de embarque, ante el previsible ataque de la morriña, no dude en ponerse a pegar brincos con el segurata al que le gusta bailar.

13 de octubre de 2010

Por Solomon

que tuvo 21 hijos, 90 nietos y 20 bisnietos, que fue pastor y predicador en su propia Iglesia y, aún así, encontró tiempo para ser, sin discusión, el obispo del R'n'B, uno de los reyes -magos- de la música negra (su misma página web lo deja claro: www.kingsolomonburke.com)

Por Solomon, que, con sus casi 200 kilos, y sus casi 70 años, desde su trono sobre el escenario, fuera en Viareggio (Italia) en Maribonia (Eslovenia), en Tokyo, en Londres o en Barcelona... revolucionaba a todo quisque con su "Everybody needs somebody to love", hacía saltar chispas con su "Got to get you off my mind" y arrancaba lagrimones y moqueos con su "If you need me" ( If you need me, I want you to call me, If you need me, all you gotta do is send for me...).

Por el Solomon Burke que me puse a escuchar compulsivamente después de leer "Alta Fidelidad", por el Solomon Burke que les prestó su incuestionable obra maestra "Cry to me" a los Rollings ("don´t you feel like crying, don´t you feel like cryyyyyying?"), por el Solomon Burke a quien no le daban los brazos para alcanzarte (otro tesoro de canción alucinante), o que sostuvo con su desmesurada contundencia de siempre, en su último álbum, que Nada es imposible ("Nothing´s impossible").



Por Solomon el de la voz profunda como un tren camino a Memphis, como una tarde redonda de tormenta, como un recodo gris y vibrante de la ciudad de Detroit, como la resaca de gospell y bourbon que me imagino que debe dejar Filadelfia.

Un brindis por Solomon que ha tenido la pésima idea de morirse de un infarto en el aeropuerto de Schiphol (Amsterdam) sin llevarse consigo ni una décima parte de los brindis y los aplausos que merecía.

12 de octubre de 2010

Un brindis por Asher B Durand

que era el hijo de un relojero de New Jersey; un chaval que, desde muy chiquitín, se empeñó en aprender las técnicas del grabado.
Un brindis por Asher, quien resulta que se hizo un experto en la técnica de marras y no había quien le hiciera sombra grabando billetes, postales, membretes, ilustraciones para las obras completas de Lord Byron o estampas para el Quijote, de don Miguel de Cervantes... Y hablamos de aquellos años en los que, en Tara, la señorita Escarlata tenía una cohorte de esclavos, días felices en que los confederados y los unionistas aún no habían empezado a tirarse los trastos, y las bombas, a la cabeza.
(Asher grababa y grababa en el taller familiar y reproducía, con el llamado "torno de mandil", invento de su hermano, sus orlas sicalípticas y sus filigranas descabelladas que procuraban que los falsificadores de moneda se tirasen de los pelos).
El joven Asher, que aparece en un retrato de Trumbull con cara de presunto pecoso, la mirada limpia, la pose gallarda, el ceño de concienzudo "selfmade-man" americano, se merece un brindis anacrónico en la distancia (al joven Asher de la pintura recién mentada le acababa de encargar el maestro Trumbull una reproducción en grabado de su célebre "Declaración de la Independencia" y, por pulcro y mañoso, le iba a pagar, nada menos, que 3.000 dólares de entonces por su trabajo, un pastón mayúsculo).
Asher se merece, en mi opinión, este recuerdo elogioso, tanto por sus pacientes retratos de viajeros, como por sus dibujos en plumín de ramas y de nubes y por sus portentosos paisajes de la impactante Costa Este americana (abedules, robles y coníferas que ya querría para sí Pocahontas).
Asher, que allá por 1830 era quizás el mejor pintor de paisajes entre San Francisco y Brooklyn, decidió, cumplidos los 44 años (y se merece otro brindis por ello) que tenía que instruirse como artista y se pasó un año sabático vagabundeando entre Roma y Florencia, entre Londres y la rive gauche parisina (Italia fue su refugio predilecto, le chiflaban los spaguetti).
Volvió a la madre patria americana; pintó, hasta los 83 años, lagos infinitos, robles solitarios y atardeceres a la vera del río Hudson y, cuando dejó su estudio, se pasó los últimos 7 años de su vida dando paseos interminables y maravillándose, dicen, ante la intimidante, bellísima, soberbia naturaleza que tantas veces había pretendido capturar en sus pinturas.
Yo brindo por Asher B Durand, por el retrato con cara de pícara de su hija recién despertada de la siesta, por sus cuidadas moleskines apaisadas llenas de bocetos, por sus retratos de barbudos y sus puestas de sol en las colinas Beacon.
La Fundación Juan March recoge, por primera vez en España y hasta el 9 de enero, una pequeña muestra de la colección de este artista, exponente destacado, señalan, de la llamada "Escuela del río Hudson".

11 de octubre de 2010

Un brindis por los blogueros...

...los verdaderos (por mucho que al mentar su gremio yo siga pensando en los bingueros de Andrés Pajares y Fernando Esteso)

Un brindis por su coraje, por su valor y su entereza, por su anárquica voluntad de hacer y, sobre todo, decir, lo que les viene en gana, pese a quien pese, jorobe a quien jorobe, lo que digan.

...por su socarronería, por su liviandad, por su bendita meticonería, por sus miles de matices y sus miles de vertientes, por su superficialidad y su rigor, por su nihilismo y su creatividad, por sus boberías y sus hallazgos (verbales, poéticos, políticos, estéticos, estilísticos). Que se alcen las copas por el eclecticismo a veces caótico y desconcertante para nosotros, legos, de esa ingente comunidad de 'bloggers'.

Celebremos su libérrima vocación de contar, su pérfida mordacidad, su ¿insana? inclinación al cotilleo. Un aplauso por ese hambre de sacar a la luz, de driblar mordazas y censuras, de lidiar con autoritarismos cercenadores o catetos (mañana mismo bajo a por "Mi Cuba Libre" de Yoani Sánchez).

No dejemos de recordar su empecinamiento, su constancia, su encomiable resistencia de corredores de fondo. Un brindis por su perseverancia, por su paciencia y por su empeño (sin importar, tantas veces, quién les esté escuchando, leyendo, siguendo las huellas parpadeantes de los caracteres en el monitor).

Yo, que ahora empiezo un conato de amago de blog sin pretensión ninguna, me quito el sombrero ante la que me parece una admirable voluntad de fotógrafos del instante hecho verbo (no he leído aún "Beirut, I love you" de Zena el Khalil, pero debo). Y me descubro ante el relato cotidiano de Judith Torrea desde Ciudad Juárez, pero también, no puedo evitarlo, ante el cotilleo malsano de una locaza quisquillosa como Pérez Hilton o las poses de esa pedazo de pija de larga melena que se llama Gala. (pelo envidiable y armario más que deseado)

Un brindis por las blogueras de modas y tendencias, (por las muchachas en blog), por los blogueros freakies amantes de los 'gadgets', por los analistas -en formato de pantalla- de las corrientes macroeconómicas, por las mañosas cocineras del ciberespacio, por los poetas con puntualidad de post bien programado, por los embriones de músicos, por los conatos de críticos, por los blogodependientes y, en suma, por los que hablan, sencillamente, de lo que sale de las santas teclas.

8 de octubre de 2010

Un brindis por los viernes

- Porque empieza la vida verdadera, sin jefes, sin outlook, sin conferences call internacionales, sin listas de "tudús" (vocablo que suena a ancestrales maleficios africanos) ni odiosas hojas de excel para fiscalizar el tiempo.

- Porque se ve a la gente más contenta en el metro, más contenta en el bus, más contenta cuando acelera el paso para cruzar el semáforo. E incluso se atisban grupúsculos de extremos afortunados que se van a currar con la maleta puesta...

- Porque uno puede adelantar el despertador un poco y regodearse en la cafetería, ante el cruasán a la plancha y el café con leche, con ensoñaciones de fines de semana al hilo de On Madrid, Madrid 360 y de Metrópoli.

- Porque, entre llamada y llamada, reunión y reunión, uno se evade pensando en la siesta de luego, en qué ponerse para la fiesta de por la noche, en si dará tiempo a un paseo en bicicleta por el retiro o tendrá que ser ya el sábado por la mañana (sábado matutino: momento merecedor de brindis inacabables)

- Porque, entre la siesta, la bici y la hora y media de poses delante del espejo (sombra aquí, sombra allá), uno puede acercarse, en una carrera, a ver la apenas inaugurada exposición Made in USA, en la sala Recoletos de Mapfre.

- Un brindis por el viernes, que es meta y es promesa, horizonte, consuelo, descanso.

7 de octubre de 2010

Un brindis por Vargas Llosa

- Por los ejércitos de visitadoras que erotizaron la selva, que trastornaron a Pantaleón y que nos hicieron reír a jacandarosas carcajadas tropicales.

- Un brindis por los pichiruchis, por los enfermos de amor enfermo, por todos los que dicen huachaferías...

- Por las niñas malas, por las hembras traviesas, por las ninfas itinerantes que hacen perder la razón desde el barrio de Miraflores al café Barbieri de la plaza de Lavapiés.

- Un brindis por los cachorros del Leoncio Prado.

- Por la tía Julia, por la prima Patricia, por la hija Morgana, por tantas bellas mujeres a su vera

- Por Bonifacia, la de la CasaVerde...

- Por cada fiesta del chivo y cada conversación en la catedral.

- Un brindis, Mario, por todos los escribidores del mundo, por todos los deliciosos, hechizantes, geniales, apolíneos, bellísimos, jocosos embusteros de la literatura.

- Un brindis entusiasta por tu flamante Premio Nobel.