30 de noviembre de 2010

Un brindis por el Barça

Si a mí me preguntasen si me gusta el fútbol, diría que no. Y sería verdad. Más o menos. Nunca he sentido la verdadera pasión futbolera por más que coleccionase con arrobo las chapitas de Coca-cola de Italia 90. Me sacan de Naranjito, Oliver y Benji y me pierdo. Nunca me entero de cuándo es fuera de juego (no entiendo del todo esas rayas negras que pintan en la tele), nunca coincido con el árbitro (ni con nadie) en la idoneidad de una tarjeta amarilla y soy capaz de confundir al Adonis de Ronaldo con el monstruo de las galletas de Ronaldinho... ni por todos los Villas,Inhiestas,ni XaviAlonsos del mundo voy a ser capaz de aprenderme una alineación en la vida..., estoy en las Antípodas, vaya, de aquella maravillosa escena de futbofilia de la memorable "El secreto de sus ojos"



Pero si voy a un bar a ver un derby o un partido del mundial (particularmente si voy a mí bar de la Prospe), me vuelvo loca y chillo, me emociono y me indigno como el que más. Sólo faltaría...

Y si llega el F.C. Barcelona y se marca un partidazo como el de esta noche y deja a los chuleras del Real Madrid sin dar pie con bola, atontolinados, cabizbajos a lo Iker Casillas y sus sempiternas ojeras... pues tengo que brindar por el "júrbol", porque me fascina ver su capacidad hechizadora sobre mis vecinos, porque me contagia irremisiblemente su algarabía y porque me parto de risa con los comentarios de las compañeras de barra (desconocidas) ante los desmelenes de Pujol, la cartesiana inmutabilidad de Mourinho y las salidas de tono de Sergio Ramos.

Yo creo que un 5 a 0 se merece un brindis, aunque sea en el Camp Nou y por parte de un equipo que tampoco tiene todas mis simpatías (no puedo con Guardiola y me ha parecido de una puerilidad mongoloide su gesto enrabietado con el llorica de Cristiano Ronaldo -otro que me parece insoportable a más no poder).

Y por mucho que me asquee la falta de deportividad, las patadas traperas, el exceso de teatro (amos, Messi, cuidao que eres argentino, ché) y la bulla, y la hostilidad latente, por mucho que deteste todo eso y abomine de las crónicas deportivas ("Los goles caen en el Camp Nou como las hojas en otoño, de manera natural, con la cadencia justa, de forma bella y serena, signo de bonanza y salud futbolística..." en fin), aún así, para mí que se merece un brindis la perseverancia de la afición en confiar en un equipo (los merengues) que han salido al campo, en el primer tiempo, con el partido perdido; se merecen un brindis los uyyyyss y los abucheos, el tiki-taka que me ha recordado lo mejorcito de ese Mundial (que, rememorándolo con la cabeza fría, ganamos un poco de pura chiripa).

total que brindo por el Barça, por los dos goles de Villa (el hombre siempre a punto del fuera de juego) por el de Xavi, por el de Pedrito y hasta por el de Jeffren (éste lo he tenido que buscar, que no me acordaba), que ya es potra marcar en el minuto 90.

28 de noviembre de 2010

Por el "vintageo" y la corsetería

Esta mañana he pasado por Moda Shopping a ver si me hacía con alguna de las maravillas de su Primera Feria Vintage (que, albricias, termina hoy, así que ya podéis apagar el portátil y salir corriendo hacia el Bernabéu)

Había tesoros para acabar borracha de fashionismo, que si guantes al codo, que si sombreros de ala ancha, que si broches rescatados del baúl de la abuela, perlas llenas de recuerdos, chales de Alaia, monturas de pasta, toreritas chaneleras y trajes de noche de Pertegaz...

Había mantones de Manila, bolsitos de novia feliz, peinetas de Regenta y zapatitos de damisela novecentista. Había pendientes de nácar, blusones de gasa, vestidos yeyé, turbantes de piel a la Dostoievski y polos de Le Coc Sportif que seguro han vivido algún Tour de Francia en los años 70.

Además, estaban todos los vintageros más codiciados, desde Lotta (vintageo al estilo escandinavo y sede en la calle Hernán Cortés) a  Elena Benarroch, de Rosa by Barcena (ahhhh, si algún día alguien me pide la mano que lo haga con uno de estos anillos...) a Vintage Madrid, de Pepita is Dead a Frivolité, de la Sombrerería Medrano a Marisa León, de Biscuit a Underground, de Cara y Cruz a la Almoneda de Chamberí... ¡La flor y nata del vintagismo patrio!

Una blusita de factura portuguesa, color azul marino y cuajada de caballitos blancos (muy Miu Miu del verano pasado) hubiera pasado a engordar las filas de mi armario si no hubiera sido de talla infantil. ¡Cachis! Las monerías de la Mona Checa me han entretenido durante un buen rato (uyyy, qué jerseys calentitos tan gozosos...) y, de no haber estado a las alturas del mes que estamos o de haberse echado una carrera el ingreso de nómina, hubiera vuelto a casa cual Pretty Woman por Rodeo Drive.

Lo mismo, salario en cuenta, vuelvo a Trucco a por la camiseta solidaria diseñada por Lorenzo Caprile para la ocasión (40 eurillos para el encomiable proyecto Curarte) y tengo mi primera aproximación a la corsetería (dibujada) Porque quizás lo mejor requetemejor de la Feria Vintage ha sido una espectacular exposición de corsets (organizada por Lorenzo himself y amadrinada por Yo Dona) y un tentador stand de Maya Hansen (que me chiva un pajarito que, para más inri, es tan encantadora como talentosa) Ay, quién fuera aprendiz de Dita Von Teese y bailarina de burlesque...


 Un brindis por la exhuberante y lujuriosa corsetería de esta mujer. Un brindis por todos los émulos de Escarlata O'Hara.



Ahora que he vintageado estoy más feliz. Mi gentil y generoso caballero (además de hacer las fotos de este post) me ha regalado un par de pendientes que me da un aire a lo musa de Alphonse Mucha (son más bonitos...) Y, además, Moda Shopping, siempre tiene el detalle de estar reservándote algún tesoro bien accesible en DayaDay (¡yo ya tengo turbante! uno de mis sueños de este otoño) o de ponerte los dientes largos con Bimba y Lola y Bo Concept... Creo que los Reyes les pido un sofá este año (el de abajo)

 

22 de noviembre de 2010

¡por la comida peruana! viva, viva, viva

Un descubrimiento: un lingotazo de piscosour (mejor varios)... y no hay penas que valgan.
Otro: la delicia del ceviche. Pescado marinado que sabe a gloria.
Otro hallazgo más: el ají de gallina, un plato de ave contundente, con arroz, textura golosa y sabor a nueces que pone cara de niña mala, hambre de pichiruchi... ganas de coger el primer avión a Lima...
y aún un cuarto hallazgo: el tacu tacu... le viene a uno la gula ante este guiso de frijoles y cebolla con filete de ternera, una especie de tortilla suculenta, receta criolla que le deja a uno ahito y bien contento.

El viernes estuve cenando en el Inti de Oro, calle Amor de Dios, en maravillosa compañía (Ay, Noelia, tenemos que volver a vernos...). Era la primera vez que cenaba en un peruano puro, aunque hacía no muchas noches había tenido la suerte de que me llevaran a ese muy memorable y encantador Asiana Next Door (maravillosa e inteligente fusión de peruano y japonés, gloria bendita. ¡Jaime Renedo, viva la madre que te parió!)

La noche de El Inti, inauguramos las ganas de farra con un par de pares de cócteles de pisco y yema de huevo. El amargor de la lima no bastaba para camuflar que al cuarto trago no había compadre que no se columpiase con alguna bobería. Pedo inminente. El piscosour está demasiado rico como para resistirse. Si de tapa te sirven maíz tostado (como la golosinería de los restos de palomitas sin hacer al final de la bolsa del microondas) el antídoto no basta. Uno se va emborrachando ineluctablemente. Los abigarrados tapices de lana de alpaca de las paredes empiezan a bailar a la segunda copa y las llamas de los cuadros parecen berrar cantando canciones de desamor y guantanameras... ¿O eran los encantadores juglares del garito? "Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar..."

"¿Dónde estás, dónde estás, Yolanda?"... Llegan los entrantes. Yuca frita, papa rellena (mmmm), causa limeña y ceviche. Somos afortunados. Nos acompaña Arturo que, de cocina peruana, se las sabe todas. Nos cuenta cuáles son los mejores pescados, las diferencias regionales, nos desvela los recovecos de la receta...(ay, pisco, ¿por qué me has borrado tanta erudición culinaria de la memoria?)

Y al enésimo trago aparece el segundo plato ("Mi verso es de un verde claro... y de un carmín encendido... mi verso es un ciervo herido.... que busca del monte amparo..."), contundente, en mi caso, como un guiso amarillo de gallina.


Como estoy completamente embriagada de desinhibición (Guantanamera, guajira guantanamera... yo no sé por qué los juglares nos cantan canciones cubanas en este reducto limeño en pleno Madrid) pruebo todo lo que aparece por la mesa y gorroneo a los colindantes: los sabrosos anticuchos como brochetas suculentas, el exquisito pollo a la norteña de mi vecino, el lomo saltado, la merluza con salsa de camarones... ¡qué rico todo! ¡qué bueno! ¡qué felicidad pantagruélica!



y llego al postre que tiene un aire de dulce de leche completamente a reventar. Feliz. Con ganas de plantarme un brindis de alto voltaje etílico por la memorable comida peruana.

Yo quiero repetir mañana mismo.

20 de noviembre de 2010

un brindis por los espejos de H&M

Ayer salí contenta, muy contenta de trabajar: me han comentado que una persona de cuya profesionalidad me hablan excelentemente y cuyo carácter animoso admiro, va a trabajar en mi equipo.

Ya había decidido desde las 8 de la mañana premiarme con una sesión de compras huyese a la hora que saliese de la oficina. La buena noticia me ha ratificado en ello.

No sé si por la euforia (últimamente mi equilibrio mental empieza a resentirse y paso de la angustia a la exaltación con mayor facilidad que nunca), he estado a punto de llevarme medio H&M. Estaba feliz, ¡qué narices! Era viernes, el fin de semana aguardaba, seguro que la semana que viene será más relajada que ésta...

Así que he arramblado con una tonelada de prendas hacia los probadores y allí estaban ellos. Los espejos mágicos.

Porque (de nuevo quizás producto de mi dicha) era uno de esos días en que me gustaba todo y con todo me sentía resultona (encajes, lanas, satenes, gasas, rosas, lunares, rayas... con todo). Me sentía esbelta, bella, con el culo más duro y la tripa más plana que lo que recordaba, hasta más alta, más sexy. Con vaqueros y top (a casa el top), con leggins y oversize (para mi armario el oversize), con faldita y camiseta de filigranas (¿me la llevo también?), con un vestido lindísimo de lunarcitos (que al final la cordura me ha impuesto dejar)...


Y sé que no soy yo, ni si quiera mi alegría, sé que son ellos, los espejos, los culpables. Nadie es tan guapo como en su foto de perfil de facebook, ni está tan bueno como le hacen pensar los espejos de H&M, ingenios de feria, máquinas adelgazadoras, mentirosos profesionales a lo que hoy me da la gana de loar, espejitos mágicos que a veces nos susurran que no hay otra más bella en el reino que la que suscribe. Y a veces hace falta eso (por mucho que Tokyobanhbao alerte de sus riesgos con sus ágiles lapiceros en el dibujo de arriba), aunque no dejemos de ser conscientes de la trampa y el cartón.

18 de noviembre de 2010

Un brindis por el beige de toda la vida

Ahora ya no es beige, ni beis (RAE: dicho de un color, castaño claro).
Ahora es camel.
(no confundir con el nude o "color carne" que creo que arrasó todo el verano).
Me da lo mismo, se llame como se llame, a mí me tiene loca ese color de arenas del desierto, de Lawrence de Arabia, de oasis remotos...
Me tiene enamorada el color galleta. Me hace pensar en Laura, en Lawrence Baccall, en divas de los años 40, por más que, en rigor, sean divas en blanco y negro.

Y como constato que es lo más de lo más del imaginario fashionil de temporada, he rescatado dichosa mis pantalones tobilleros de lana marrón clarito que me compré en el rastro (y que son unos burberrys) y mi abrigo de inspector británico (poseedor de cuatro de las claves del otoño: largo monjil, color camello, corte masculino y poderosas solapas). Me lo pongo, que siento 'fashion' y me importa un pimiento que tenga el forro medio descosido... (¿por qué será que me gustan tanto algunas cosas viejas como los bolsos, los abrigos o los zapatos? ¿vendré con alguna tara estética de serie?)


No son los pantalones y el abrigo mis únicos fetiches de estas semanas. Además, acabo de agenciarme un "cuello cisne" (que diría mi abuela) del color de marras y le he echado el ojo a un vestidito pizpireto y oficinístico así como a una americana que tiene del Sáhara, sólo el tono de sus dunas infinitas. (también a unos zapatos ¿Y qué os parece el chalequito navideño "A belénpastores"? ¿es un poco disfraz de muñeca de famosa dirigiéndose al portal? A mí me mola levemente...



Total, que voy en el metro por la mañana o cotilleo la web de zara (qué tío, Amancio) o me entretengo en los blogs de moda, sí, esos que me gustan tanto (ayyy, no me da para enlazar todos!) y veo que sí, que puedo entregarme a esa obsesión del camel. Que mola.

Así que me siento más ratificada y feliz en mi versión desértica. En mi look "Sueño Eterno", en mi versión "Halcón Maltés" o "Key Largo"... (tengo que dedicarle un post urgentemente a mis grandes mitos del cine y el estilo)

17 de noviembre de 2010

Un brindis por Esquire

A mí hay algunos gestos que me hacen feliz, cositas de nada. Uno de ellos es bajar al quiosco y comprar una revista (y, con suerte, devorarla golosa, morosamente, delante de un buen café, un sábado o un domingo por la mañana, lejos, muy lejos, más lejos aún, del mundanal curro, más lejos si se pudiera todavía).

Aunque soy de buen leer hemerográfico (me entrego con deleite desde el QMD al Babelia, de Traveler al Diez Minutos. de la guía del ocio a la edición francesa del Elle) hay revistas que me gustan particularmente.

Si, de entre las femeninas, mi favorita es Marie Claire (con permiso de mis antiguas compañeras de AR, otro mensual muchísimo más apetecible de lo que hacen pensar sus lúdicas portadas), diría que quizás mi predilecta, en absoluto, la que más despierta mi orgullo periodístico, la que mejor me hace reír y fantasear, la más cachonda y creativa, es una masculina tan bien temperada como un Luminor de Panerai, tan favorecedora como un blazer de Loewe.

Hablo de Esquire, que, en su 35 cumplemés, en el número de noviembre, estrena, además, rediseño.

Me gusta porque es una revista de listillos, irónicos, cínicos y voluntariosamente elegantes, el tipo de sitio donde podrían escribir Groucho Marx o Dorothy Parker. Me gusta porque me fío de sus claves y porque su página de libros está maravillosamente escrita. Me gusta porque ordena sus páginas como un viaje en avión, con su business class y todo (¡qué encanto, Vicky Vilches!)

De Esquire me gustan desde sus portadas hasta su recién estrenada Smoking Room (la única sala para fumadores, dicen ellos mismos, abierta en una revista), desde su nihilista sumario hasta las críticas gastronómicas de Rodrigo Varona. Me gustan sus citas y sus recuerdos, sus bandas sonoras de pie de página, sus "10 cosas que no sabes de las mujeres", sus chicas que ponen de buen humor, y, particularmente, su inteligente sección de agenda, su Check-in.

Es verdad que a ratos sus páginas de moda tienen un punto de pitillo y ceñimiento que no comparto (habrá lectores que lo demanden, no me cabe duda), pero lo compensan con suficientes dosis de testosterona y mandíbulas sin afeitar.

Además, son tan fabulosas, me gustan tanto sus entrevistas (actuales o desempolvadas -como la maravillosa reconstrucción de Steve McQueen, o como ese desenfadado credo de Ray Bradbury), sus frikitemas (el de los mostachos es un descojone), sus recomendaciones de Gurús, sus ilustraciones, sus páginas de recetas...

Porque yo no sé si existen los hombres Esquire (those men at their best) o sólo los soñamos nosotras... me consta que, si existen, deben de ligar a saco...



Para los que quieran intentarlo, en el último número, Esquire da pistas y reseña las 15 habilidades que "todo hombre (y, me atrevo a decir, también toda mujer) debería poseer". Son una joya... Deberíais leerlas para ser más altos, más guapos, más sanos y mejor vestidos...

Utilizo el colofón de la número 8 (...cómo sonar más interesante) como despedida y prometo, nunca, jamás, hablar a desconocidos de mi blog.

14 de noviembre de 2010

Un brindis por el cine.

Vuelvo a casa después de haber visto ver una película poco memorable.. supongo que debí haberme guiado por mi instinto, repelido ante una marquesina nada prometedora, pero inmediatamente cuestionado por las críticas de Boyero y el muy recomendable blog de una de las chicas más listas que he conocido últimamente.

Me fié, me picó la curiosidad y, en la tarde amarilla de lluvia y desasosiego, para huir del otoño, me he dejado ocho euros en ver Bon Appètit (16 en realidad, he liado a Mirko para que me acompañase).

Tiene razón Anabel, las películas gastronómicas -las que yo he visto- tienen una atmósfera hedonista y glotona que despierta la gula. Son bellas. Y no voy a decir que ésta no lo sea en parte, con su aire remoto a "El Apartamento", con su dulzona banda sonora, con su bellísimo italiano en el reparto -Giulio Berruti, sin duda lo mejor de la película- y con su historia de amistad y deseos encontrados. Pero se queda a medias. Suena un poco a falsete y gafapasta. No se la termina de creer uno o, lo que es peor, no le importa.

Mi opinión de la película, en todo caso, es lo de menos. 

Lo que cuenta es el cine, la sala al refugio del frío y la lluvia, en penumbra, el olor a palomitas del bar, la luz que se va consumiendo al empezar los trailers (y he querido ver todas y cada una de las cintas anunciadas, de "Amador" a "Tamara Drewe", pasando por "También la lluvia).
Lo que ha dado sentido a mi tarde de domingo es regodearme en espera de lo que el director quisiera contarme, repantingarme en la butaca calentita, permanecer hipnotizada ante el caudal de vida desde la pantalla. He recordado tardes de cine memorables, desde el día en que mis padres me llevaron a ver "Enrique y Ana", hasta la noche en que descubrí que "Siempre quedaba París para los enamorados", desde aquella tertulia tan agradable al hilo de "La vida de los otros" hasta la euforia post "Death Proof" o "Malditos bastardos"
Hacía una vida que no iba al cine. Siempre falta tiempo. Un error. 
Si de lo que se trataba hoy, en realidad, era de hacerle un quiebro a la morriña del domingo, lo he conseguido totalmente. Y la peli es responsable. El cine, así que brindo por ellos.

Elliot no tenía ni idea. No existe mes que equipare en crueldad al pérfido noviembre. Yo pienso tomar, cual antídoto, una buena dosis de tardes cinéfilas.

13 de noviembre de 2010

Un brindis por Lefties

De primeras lo odié, con ese odio beligerante y respondón que augura sólo el ineluctable enamoramiento. La luz me parecía mortecina; el desorden, totalmente disuasorio; los dependientes, tristes, malgreñados; la marabunta de compradoras, intimidante.

Lo conocí en la esquina de Gran Vía, descomunal, caótico, agotador... Me dio pereza y, casi, miedo. Lefties, en mi primera impresión, me pareció un horror. Mejor el Sepu. Mejor H&M. Mejor ahorrar para dejarse caer, una tarde de rebajas por Bimba y Lola. Mejor, la abstemia compradora.

Al arrullo del mileurismo contumaz y en mis paseos de vuelta a casa (entonces vivía en Lavapiés) me fui reconciliando con Lefties, esta vez a la vera de la Puerta del Sol, junto al Zara más feo de todos los Zaras que conozco (el de calle Carretas). Que querías unas bailarinas tintineantes por 10 euros, rebuscabas, rebuscabas, y allí estaban. Que te quemaban 2 euros en el bolsillo... una camiseta, un pañuelo, unos pendientes resultones te estaban esperando. (oh, bendita sección de taras, ¡cuántos hallazgos!) Que, pasado el día 15, se te metía entre ceja y ceja que necesitabas un jersey. Voilá. San Amancio de los pobres, tenía la respuesta.

En mi nueva ubicación, a salvo de tentaciones que, en mi humilde opinión, está cada día más sobrevaloradas  (75 euros un vestidín de gasa en Zara ¡overrated! 80 pavos una rebeca en Mango. ¿what? 49 euros una blusa -muy bonita- en H&M. ¡vade retro!...) tengo sólo un Lefties y un par de tiendas de chinos como válvulas de evasión en las tardes de ineludibles pulsiones compradoras. Y entre Lefties y las tiendas de chinos... el Lefties lo tengo más explorado.

Y lo adoro. Lo adoro porque me encuentro a las vecinas (desde las adolescentes entontolinadas a las abuelas modernas, de las inmigrantes latinas a las europeas del Este) Lo adoro porque siempre hay algún tesoro oculto en algún sitio. Lo adoro porque no hay lugar más barato donde encontrar un regalo. Lo adoro porque su ropa, bien disimulada, hace de básico tan duradero -o más- que los de otras tiendas para la plebe. Lo adoro porque, desde 4 euros (desde 8 ha sido hoy), te chutas un analgésico consumista que te alivia los sobresfuerzos laborales, las horas extra, las carreras interminables... y que te da más ganas de currarte el estilismo de sábado noche.

9 de noviembre de 2010

Por las muy elegantes señoras del barrio de Prosperidad

Las veo en el bus, a las tres, tan elegantes, tan peripuestas, tan comedidas con sus boquitas de pitiminí y sus guantes de piel vuelta, y me reconcilio un poco con el mundo.
Yo cojo el 9 en la calle Velázquez, recién salida de trabajar, refunfuñando para mis adentros porque otra vez me ha tenido que rescatar Vicente, el conserje, de la puerta acerrojada para la noche.
Las elegantes damiselas que inmediatamente atrapan mi atención van sentadas en la primera de las filas traseras del autobús, llevan el mismo tinte de color de otoño e idénticos tirabuzones escarolados recién salidos de la peluquería. Una de las tres amigas viste un abrigo de cuero tipo matrix que le llega al tobillo escueto apenas cubierto por la aleve media de mezclilla. La segunda, un barbour lustrado más deportivo, aunque un broche con una perla se adivina orgulloso en la solapa de su sobrio traje de chaqueta. La tercera luce, solemne, un astracán, a juego con sus rizos, que me vuelve loca.
Llevan las tres zapatitos de tacón de los que llaman kitten (zapatos de abuelita bondadosa en su salida al bingo), huelen a flores de violeta y a lavanda, se han pintado con esmero las pestañas, se han acicalado con esmero festivo y ahora cuchichean con jolgorio en la víspera de la Almudena. No sé si salen de misa, si vuelven del cementerio, si quedaron para merendar un chocolate con churros y ahora regresan a casa o si acaban de emperifollarse para salir de farra, pero se dirigen al barrio de Prosperidad, el mío, y van tan animadas, tan coquetas, tan joviales, tan amigas entre sí, que da gloria verlas reirse y cotorrear en la noche de otoño.
Las arrugas se les arraciman en las comisuras de los labios y alrededor de sus ojillos traviesos porque van riéndose de mil tonterías que apenas oigo. Y me acuerdo de Penélope (que no se llama Penélope aunque me jugaría una mano a que Serrat se inspiró en ella) esta la mujer tan alta y esbelta, que siempre está sola en la calle Goya, sentada en su banco frente a Nebraska, con sus medias de puntilla blanca y abrigo marrón y su mirada triste. Podrían hacerse amigas para merendar juntas una bamba de nata en el Viena Capellanes...
Me parece que mis muy elegantes señoras están gozando la vida rabiosamente. Que están contentas. Y me contagian su alegría sólo de verlas.
"Feli, le llamábamos Feli -escucho decir a la más dorada de mis cotilleadas compañeras, entre risas- pero mi marido se llamaba Felicísimo. A ver si superas eso".

7 de noviembre de 2010

Por los aromas florentinos

Acabo de pasar unos días en Florencia. -A volte, sono troppo fortunata- y me he traído en el recuerdo una carta de aromas que ni el Jean-Baptiste Grenouille de Patrick Suskind.

Porque, en medio del olor a sol y a molicie y a belleza de estos días de primeros de noviembre, la que sin duda es una de las ciudades más justamente elogiadas del mundo (que se lo digan a Stendhal ante la Santa Croce), se me ha presentado en clave de olor.

El olor del capuccino -penetrante perfume de café y leche caliente- del desayuno en la terraza de Scudieri, recoleta terraza florentina ante esa maravilla inenarrable que es el Campanille de Giotto.


El olor caprichoso del lujo y la indolencia de cada una de las boutiques de marcas pijas (de Ferragamo a Gucci, de Moschino a Dolce&Gabanna, de Prada a la Bottega Panerai) que jalonan el centro histórico.

Las mil y una fragancias (a musgo, a vainilla, a mirra, a maderas, a césped, a miel, a zanahoria...) de la lujosa barra de aromas de L'Olfattorio, impresionante coctelería olfativa capaz de encontrar, entre las cúpulas de pandeoro y las lámparas constelatorias, el aroma perfecto para cada cliente.

Estos días, Florencia ha sido, para mí, sinónimo del aroma de los deliciosos panini tartufati de Procacci (trufa hecha bocadillo, pero también mantequilla, tagliolini, bombón, panacea...), fragancia pura y rotunda de trufas, que marea y embriaga nada más abrir la puerta de este delicatessen de lujo en la penumbra de la pizpireta calle Tornabuoni (¿quién no se vuelve bueno con tanto deleite?)

Y me ha olido la ciudad de los Medicis al cuero curtido del colorido Mercado de San Lorenzo (olor de guantes de piel de cordero, de cartapacios de napa envejecida, de atrapapalabras encuadernados en ante, de bolsos de todos los colores y todas las formas y todos los tamaños...)

Porque Florencia huele a vino y a hambre, a Chianti y a mortadela (como los muy deliciosos de Fredobaldi), a pizza de pecorino (la Bussola), a paté de hígado y a carne de morcillo con pimienta como los del inolvidable 'peposo' de la trattoria 4 Leoni, a polvos de Collstar de la Rinascente, al cioccolato con panna de ese café literario donde nació el Futurismo (Giubbe Rosa), a las cadenitas de oro y diamantes del Ponte Vecchio.

Y aún a más cosas...
Porque, al cabo, al acabar mis golosas y gozosas jornadas de 'fancazzista', mareada de tantos olores de manjares y tesoros, a la vuelta de la esquina de la Piazza della Santa Trinitá y la Via delle Terme, me abrumaba todavía el aroma de rosas recién cortadas desde la misma recepción del NH Porta Rossa, un hotel del que dicen que es el más antiguo de Italia, el único, sin duda, cuyas vidrieras rosadas rezan -en honor a sus antiguos propietarios traficantes de opio- la extravagante leyenda "Per non dormire".

Yo sí he dormido aquí y muy bien, por cierto, en sus mullidos colchones donde, hace un montón de años se rodaron esas escenas míticas de Amici Miei.

Y en la cima de su torre Monalda, asomada a las mejores vistas de la ciudad dantesca, he soñado con los mil aromas de la vita bella.

3 de noviembre de 2010

por los cosechadores de flechazos

Los hay rompecorazones, generadores de suspiros, carne de 'gruppies', hombres altamente enamorables.
No es condición necesaria ni suficiente que sean guapos, pero ayuda, claro.

Los hay canallas -mis favoritos-, buenazos, barbudos y repeinados, moteros y gafapásticos, tíos duros y románticos, Casanovas y Clark Kents, los irredentos a los que querrías redimir y los cachopanes que querrías que cuidaran a tus hijos.

Son todos aquellos seductores que te recuerdan al malo-de-la-clase que te miraba de soslayo con sonrisa de pícaro desde el otro lado del aula (en mi caso, quería mis apuntes), al profe de filosofía por el que suspirabas en el recreo (quizás le había recomendado mis apuntes al pellero), al compañero de curro con el que soñabas encontrarte en el ascensor, al guaperas de las primeras discotecas, al actor del que te enamoraste ineluctablemente desde la butaca del cine (territorio altamente proclive al delirio amatorio).

Últimamente, he esbozado una lista de donjuanes contemporáneos, he fichado un ramillete de macizos y brindo alegremente por ellos en este blog (con permiso de mi donjuán particular que, él lo sabe muy bien, es el más guapo de todos ellos y, además, toca la guitarra)

Eso nos conduce al primer gremio: los músicos. ¿no ligan, estadísticamente más, los guitarristas, pianistas y bateristas que cualquier otro simple mortal? Después del último concierto de Michael Bublé en el Palacio de los Deportes de Madrid, y aunque siempre pensé que este italocanadiense rubiales no era mi tipo (me daba un aire rechonchillo e impostado), debo, rotundamente, desdecirme.
El nieto espiritual de Bobby Darin, el pupilo aventajado de Sinatra -y Michael Jackson- no sólo tiene un vozarrón, sino que más salao no puede ser. Por simpático, por bromista, por romántico empedernido y por cómo se deslizaba por el escenario, me sumerjo en su club de fans. Michael, I haven´t met you yet. Mis disculpas.



Segundo gremio: los actores.
Siempre he sentido debilidad particular por los intérpretes franceses, de Daniel Auteuil a Louis Garrel, de Alain Delon a Vicent Cassel.
Al que dedico este panegírico no es el tío más guapo de la tierra, pero tiene tres cosas imprescindibles para que un flechazo pueda convertirse en amor incondicional y verdadero. Bonita voz, bonitas manos y nariz importante (se suma, como plus, la barba desaliñada de un par de días). Por su encantador papel de rompecorazones en esa joyita de comedia que es "L'Arnacoeur", por lo bien que le sienta el esmoquin blanco y porque ya le había echado yo el ojo en "L'Auberge Espagnole" y "Las muñecas rusas", Romain Duris acaba entrar en mi selecto club particular de seductores. Mon plaisir.

Tercer gremio: los vampiros. Cierto, son actores (por más que sean guapos a rabiar y morder, no son mi tipo ni el entontolinao y jamesdeanesiano Robert Pattison en su papel de Edward Cullen ni el mucho más interesante Stephen Moyer), pero en este caso en concreto ¿quién conocía a Alexander Skarsgard -la a lleva un redondelito que no sé reproducir-, ese espectacular muchacho sueco de facciones perfectas y notables capacidades actorales, antes de convertirse en el altamente deseable Eric Northman de True Blood? ¿Quién puede recordarlo lejos de los delantalitos de camarera de Sookie, en impar sin su inseparable Samantha? Yo no. Así que Alex es un vampiro en mi listado y en mi corazón. Y así me gusta (apréciese, por favor, el plus de la barba de tres días, si bien primorosamente recortada, en la foto)

Y cuarto gremio: Escritores. En su caso la seducción puede empezar antes de reconocer su faz en la contraportada, es más, suele iniciarse como un conjuro susurrado al hilo de sus conmovedoras, desternillantes o catárticas historias. Es lo que me pasa con escritores objetivamente atractivos como Carlos Fuertes, Mario Vargas Llosa, Fréderic Beigbeder o Paul Auster (quizás no tan impepinablemente seductores de no haber leído su maravillosa literatura) pero también con otros que, sin duda, no lo son tanto como a mí me lo parecen. Pongo por caso el del orfebre de historias que es Pedro Zarraluki, con su deliciosa "Todo eso que tanto nos gusta" o ese chico con cara de hambre y susto, con ese chavalín con pinta de empollón que es David Trueba (desde su desternillante "Abierto toda la noche" hasta "Saber Perder") o el seductérrimo Hector Abad Faciolince.

mmm. me estoy dando cuenta de que me estoy embalando, de que no son pocos los rompecorazones. Quizás debería inaugurar un blog alternativo sólo para ellos, tan guapos, tan fornidos, tan brillantes, tan encantadores...

1 de noviembre de 2010

Por la memoria de los cachivaches

Anteayer, mi amiga E* me trajo a casa un sofá cama. Es un futón de Ikea desmontable en el que dormía en su casa de Aluche, mientras fui su coinquilina. Marcos -que entonces debía de tener poco más de dos años- me ayudaba a recomponerlo los sábados y los domingos por la mañana y nos inventábamos que era un tren transiberiano o un avión de camino a China (siempre a China, nuestra aerolínea imaginaria no tenía ruta a ningún otro aeropuerto). Mis sábanas azules formaban olas a la orilla del solecito indolente del fin de semana, y entre ellas buscábamos pulpos despistados y sirenas perezosas.


Como mi amiga E* cambia de ciudad y deshace su casa, me pregunta si quiero mi sofá de vuelta. Yo me imagino que quizás pueda conservar, prendida entre las tablas de su somier, alguna chinita de aquellas playas asiáticas que nos inventábamos, y como, encima, me hace apaño y no quiero que lo tire, le pido, por favor, que me lo devuelva. Y ella es tan amable y tan encantadora que me lo trae hasta la casa nueva.

Y con el sofá vienen tres o cuatro bolsas llenas de cachivaches porque yo, que adoro los tesoros y las cosas bonitas, tengo la pésima costumbre de irlas dejando olvidadas por cualquier parte y, muy particularmente, entre mudanza y mudanza.

Y entonces, desmontando las bolsas de quincallería, maquinando sobre dónde voy a hacer desaparecer tantos papeles, fotos, cacharros, cuadernos y bártulos olvidados, sucede el momento epifánico que motiva este brindis.

Porque es entonces, asomada a las bolsas de plástico, cuando ocurre que me hermano con Proust, embelesado ante su magdalena empapada en té, con Marty McFly, anonadado ante su Delorean, porque me voy encontrando con mis maravillas y cada una tiene su memoria.

La pluma que me regaló mi amigo P* y con la que habría de firmar mis primeros autógrafos, mi libro de fotos parisinas a lo Doisneau, en el que planificaba mi futura mudanza a la Ciudad de la Luz; las llaves (tanto tiempo perdidas) de la casa de mi abuelo y otro montón de llaves que ni me acuerdo de dónde son, las postales de Berlín y de París que escribí -no recuerdo ya del todo a quién ¿o sí?- y que no llegué a enviar nunca; el gloss que compré en el aeropuerto Charles de Gaulle justo un minuto antes de embarcar antes de mi segunda aventura en Nueva York, el anillo de plata con esmalte verde que me dejó utilizar por primera vez mi abuela cuando tenía doce o trece años y que utilicé todo aquel invierno como amuleto, una figurita de plástico de Blas que me regaló mi amiga A* y aquella maravillosa cajita de música que en los días de lluvia de Astoria (Queens) me aseguraba que el sol llegaba después de cada invierno (Little, darling, it feels like years since it´s been here)...

Y cada cachivache y cada fotocopia de esa tesis que nunca llegué a presentar, y cada libro (El Señor de las Moscas, The Zen Pupil, El manejo de la imagen en la filmografía de Alfred Hitchcock...) y cada foto (mi hermana Martita tan pequeña de la mano de mi padre por el Paseo del Prado, mi autoretrato con el pelo corto en Santa Isabel...) me guiña el ojo antes de contarme una batallita que tenía empelusada y polvorienta en algún recoveco de mi mente. Y casi me sobrepongo de la morriña de haber dejado escapar durante tantos meses y meses estos tesoros, casi me perdono inmediatamente por haber ninguneado estos recuerdos, por la alegría inusitada que me remueve el reencontrarlos.

Y, al calorcito soleado del puente, entre bártulos, cajas de perfume todavía olorosas, bolsos viejos y espejitos de plata ennegrecida, entre cuadernos emborronados de proyectos que a veces se cumplieron y otras no, entre regalos y entradas amarilleadas por el paso de los días, me siento feliz de tener tantas cosas buenas de las que acordarme. "Here comes the sun, dubidubi, here comes the sun and I say... it´s all right"