Un descubrimiento: un lingotazo de piscosour (mejor varios)... y no hay penas que valgan.
Otro: la delicia del ceviche. Pescado marinado que sabe a gloria.
Otro hallazgo más: el ají de gallina, un plato de ave contundente, con arroz, textura golosa y sabor a nueces que pone cara de niña mala, hambre de pichiruchi... ganas de coger el primer avión a Lima...
y aún un cuarto hallazgo: el tacu tacu... le viene a uno la gula ante este guiso de frijoles y cebolla con filete de ternera, una especie de tortilla suculenta, receta criolla que le deja a uno ahito y bien contento.
El viernes estuve cenando en el Inti de Oro, calle Amor de Dios, en maravillosa compañía (Ay, Noelia, tenemos que volver a vernos...). Era la primera vez que cenaba en un peruano puro, aunque hacía no muchas noches había tenido la suerte de que me llevaran a ese muy memorable y encantador Asiana Next Door (maravillosa e inteligente fusión de peruano y japonés, gloria bendita. ¡Jaime Renedo, viva la madre que te parió!)
La noche de El Inti, inauguramos las ganas de farra con un par de pares de cócteles de pisco y yema de huevo. El amargor de la lima no bastaba para camuflar que al cuarto trago no había compadre que no se columpiase con alguna bobería. Pedo inminente. El piscosour está demasiado rico como para resistirse. Si de tapa te sirven maíz tostado (como la golosinería de los restos de palomitas sin hacer al final de la bolsa del microondas) el antídoto no basta. Uno se va emborrachando ineluctablemente. Los abigarrados tapices de lana de alpaca de las paredes empiezan a bailar a la segunda copa y las llamas de los cuadros parecen berrar cantando canciones de desamor y guantanameras... ¿O eran los encantadores juglares del garito? "Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar..."
"¿Dónde estás, dónde estás, Yolanda?"... Llegan los entrantes. Yuca frita, papa rellena (mmmm), causa limeña y ceviche. Somos afortunados. Nos acompaña Arturo que, de cocina peruana, se las sabe todas. Nos cuenta cuáles son los mejores pescados, las diferencias regionales, nos desvela los recovecos de la receta...(ay, pisco, ¿por qué me has borrado tanta erudición culinaria de la memoria?)
Y al enésimo trago aparece el segundo plato ("Mi verso es de un verde claro... y de un carmín encendido... mi verso es un ciervo herido.... que busca del monte amparo..."), contundente, en mi caso, como un guiso amarillo de gallina.
Como estoy completamente embriagada de desinhibición (Guantanamera, guajira guantanamera... yo no sé por qué los juglares nos cantan canciones cubanas en este reducto limeño en pleno Madrid) pruebo todo lo que aparece por la mesa y gorroneo a los colindantes: los sabrosos anticuchos como brochetas suculentas, el exquisito pollo a la norteña de mi vecino, el lomo saltado, la merluza con salsa de camarones... ¡qué rico todo! ¡qué bueno! ¡qué felicidad pantagruélica!
y llego al postre que tiene un aire de dulce de leche completamente a reventar. Feliz. Con ganas de plantarme un brindis de alto voltaje etílico por la memorable comida peruana.
Yo quiero repetir mañana mismo.
Tenía un amigo peruano que se llamaba Inti, era guapo y misterioso y sobre todo hablaba con 15 años que parecía tener 30 pero sin el resabiado tono de los que se saben más listos y más adultos... me sabia a lima la conversacion con el... y tu me lo has traido de vuelta a la memoria. :-)
ResponderEliminarIdolatro el Inti de Oro, su chupe de camarones y su ají. Vayamos, comamos y usemos el pisco, ese brebajillo sublime, para brindar ;)
ResponderEliminarInti de Oro, pues me lo apunto que no he estado nunca en un peruano en Madrid!
ResponderEliminarUn besillo
Ayer estuve Ana, y rico, rico!!
ResponderEliminarAunque me quedé sin probar ni un sólo pisco...
:-(