Ahora es camel.
(no confundir con el nude o "color carne" que creo que arrasó todo el verano).
Me da lo mismo, se llame como se llame, a mí me tiene loca ese color de arenas del desierto, de Lawrence de Arabia, de oasis remotos...
Me tiene enamorada el color galleta. Me hace pensar en Laura, en Lawrence Baccall, en divas de los años 40, por más que, en rigor, sean divas en blanco y negro.
Y como constato que es lo más de lo más del imaginario fashionil de temporada, he rescatado dichosa mis pantalones tobilleros de lana marrón clarito que me compré en el rastro (y que son unos burberrys) y mi abrigo de inspector británico (poseedor de cuatro de las claves del otoño: largo monjil, color camello, corte masculino y poderosas solapas). Me lo pongo, que siento 'fashion' y me importa un pimiento que tenga el forro medio descosido... (¿por qué será que me gustan tanto algunas cosas viejas como los bolsos, los abrigos o los zapatos? ¿vendré con alguna tara estética de serie?)
Total, que voy en el metro por la mañana o cotilleo la web de zara (qué tío, Amancio) o me entretengo en los blogs de moda, sí, esos que me gustan tanto (ayyy, no me da para enlazar todos!) y veo que sí, que puedo entregarme a esa obsesión del camel. Que mola.
Así que me siento más ratificada y feliz en mi versión desértica. En mi look "Sueño Eterno", en mi versión "Halcón Maltés" o "Key Largo"... (tengo que dedicarle un post urgentemente a mis grandes mitos del cine y el estilo)
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