- El despertador que suena dos minutos después de que haya abierto los ojos porque ya he dormido lo suficiente y ya tengo ganas de despertarme.
- la casa calentita porque el termostato programado ha cumplido su misión.
- el olor a café recién hecho desde la cocina. (o, en su defecto, el del té Jardin Bleu de Damman Frères)
- la leche en la nevera, el azúcar en su armario, mis galletas preferidas (chiquilín) en su balda de la despensa, taza y cuchara, limpias y en sus puestos.
- el zumo de naranjas, pura vitamina C, como luminoso colofón del desayuno.
- la estratégica tubería de agua caliente bajo las losas del baño que cosquillea mis pies descalzos camino de la ducha.
- el champú siempre lejos de los ojos convenientemente deslegañados.
- el minuto y medio de propina bajo el agua a la temperatura perfecta y con la presión ideal (conato de canturreo y gorgoritos de alegría)
- la toalla templada, seca y mullida al alcance de mi mano.
- el guapo subido frente al espejo.
- la inspiración de pizpireta estilista aguzada frente al armario.
- el olor del agua de rosas que utilizo como tónico.
- Una caricia de Chloe eau de parfum detrás de las orejas.
- Un beso y un par de mimos de despedida, para sobrellevar el lunes.
- el metro perfectamente sincronizado en su llegada con mi descenso al andén (línea 4, dirección Velázquez).
- el encuentro con al menos una buena noticia en la apresurada lectura del periódico antes de empezar a currar.
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