que, a mi apresurada salida de Juteco, a un paso y medio de la parada del bus, recién arrancado el 9 abarrotado ante mis ojos, tras un segundo de vacilación, tras un apenas atendido pinchazo de indolencia, he emprendido animosa y determinada al éxito.
Un brindisino por mi aguerrido trote, por el aliento de un simpático muchacho ("que lo coge, señora"), por el roce del gélido viento de diciembre en mis mejillas, por la imagen de la plaza de Prosperidad a cámara rápida.
Un brindis porque, con la complicidad del semáforo de López de Hoyos, con la connivencia de la cuesta abajo y con una decena de minutos posteriores de falta de resuello, todavía puedo alcanzar al autobús en la parada siguiente, si lo pierdo delante de mis narices en la precedente.
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