vaya por delante una aclaración: no tengo constancia empírica e irrefutable de que Topaz sea, como dejo caer en el título de este post, un lupanar. La estética, desde luego, la comparte, pero quizás no sea, después de todo, una casa de lenocinio...
Lo que me consta es que, frente a su puerta de terciopelo burdeos hay un bar de abuelos que ahora regentan un chino encantador y su sonriente familia (hablaré otro día sobre David, una gozada de chavalín de unos dos años). A mí me gusta bajar a veces a cenar sándwitch mixto con tomate y cocacola light y explicarle, cada vez, al chino tras la barra, qué es un sándwitch mixto enriquecido con rodajas de tomate.
Mi dieta para cenas, en todo caso, no es el objeto de esta diatriba. Es la tele.
En una de las esquinas del bar en cuestión, sobre una apartada balda solitaria, en las alturas de una de las ornadas esquinas del garito, descansa, apagada, una tele de tubo catódico de, diría, 28 pulgadas. Está sola, apartada y parece que mira con resentimiento la flamante pantalla plana nueva que, sobre la puerta del local, en una balda privilegiada, centro de todas las miradas presume de sus -no tengo que aventurar ahora porque conserva la pegatina de recién estrenada- 40 finísimas pulgadas.
El Atlético de Madrid - Osasuna alborota el tugurio atiborrado de viejecitos del barrio y yo me paro a dedicarle un brindis a la tele abandonada, que en su banquillo, espera y maquina, lo sé, la derrota, la avería futura, de su nueva, esbelta y rimbombante sucesora esquelética.
Fin del brindis: Si no habéis leído "Bar Sport" de Stefano Benni, os lo recomiendo mucho.
Brindo por este artículín tan encantador.
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