17 de noviembre de 2010

Un brindis por Esquire

A mí hay algunos gestos que me hacen feliz, cositas de nada. Uno de ellos es bajar al quiosco y comprar una revista (y, con suerte, devorarla golosa, morosamente, delante de un buen café, un sábado o un domingo por la mañana, lejos, muy lejos, más lejos aún, del mundanal curro, más lejos si se pudiera todavía).

Aunque soy de buen leer hemerográfico (me entrego con deleite desde el QMD al Babelia, de Traveler al Diez Minutos. de la guía del ocio a la edición francesa del Elle) hay revistas que me gustan particularmente.

Si, de entre las femeninas, mi favorita es Marie Claire (con permiso de mis antiguas compañeras de AR, otro mensual muchísimo más apetecible de lo que hacen pensar sus lúdicas portadas), diría que quizás mi predilecta, en absoluto, la que más despierta mi orgullo periodístico, la que mejor me hace reír y fantasear, la más cachonda y creativa, es una masculina tan bien temperada como un Luminor de Panerai, tan favorecedora como un blazer de Loewe.

Hablo de Esquire, que, en su 35 cumplemés, en el número de noviembre, estrena, además, rediseño.

Me gusta porque es una revista de listillos, irónicos, cínicos y voluntariosamente elegantes, el tipo de sitio donde podrían escribir Groucho Marx o Dorothy Parker. Me gusta porque me fío de sus claves y porque su página de libros está maravillosamente escrita. Me gusta porque ordena sus páginas como un viaje en avión, con su business class y todo (¡qué encanto, Vicky Vilches!)

De Esquire me gustan desde sus portadas hasta su recién estrenada Smoking Room (la única sala para fumadores, dicen ellos mismos, abierta en una revista), desde su nihilista sumario hasta las críticas gastronómicas de Rodrigo Varona. Me gustan sus citas y sus recuerdos, sus bandas sonoras de pie de página, sus "10 cosas que no sabes de las mujeres", sus chicas que ponen de buen humor, y, particularmente, su inteligente sección de agenda, su Check-in.

Es verdad que a ratos sus páginas de moda tienen un punto de pitillo y ceñimiento que no comparto (habrá lectores que lo demanden, no me cabe duda), pero lo compensan con suficientes dosis de testosterona y mandíbulas sin afeitar.

Además, son tan fabulosas, me gustan tanto sus entrevistas (actuales o desempolvadas -como la maravillosa reconstrucción de Steve McQueen, o como ese desenfadado credo de Ray Bradbury), sus frikitemas (el de los mostachos es un descojone), sus recomendaciones de Gurús, sus ilustraciones, sus páginas de recetas...

Porque yo no sé si existen los hombres Esquire (those men at their best) o sólo los soñamos nosotras... me consta que, si existen, deben de ligar a saco...



Para los que quieran intentarlo, en el último número, Esquire da pistas y reseña las 15 habilidades que "todo hombre (y, me atrevo a decir, también toda mujer) debería poseer". Son una joya... Deberíais leerlas para ser más altos, más guapos, más sanos y mejor vestidos...

Utilizo el colofón de la número 8 (...cómo sonar más interesante) como despedida y prometo, nunca, jamás, hablar a desconocidos de mi blog.

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