25 de enero de 2011

por el paladar de August Strindberg


Si hay un restaurante que me chifla de Madrid: si hay un espacio blanco que me seduce, con sus techos enmarcados con yesería en color vainilla, sus ventanales de madera y con su perpetua exposición de fotos de nubosa orilla en blanco y negro, ése es el luminoso semisótano de Collage (en el barrio de Chamberí, a dos pasos de la glorieta de Bilbao).

Lo conozco desde hace muchos años, de cuando algún viernes a la hora de comer me escapaba a regalarme un buen plato de carne de reno a modo de menú del día. Atendía las mesas el mismo pulcro camarero de porte regio, rizos engominados e impecable uniforme negro, un hombre sereno de previsibles y tremebundas pasiones ocultas, como si se acabase de escapar de un rodaje de Ingmar Bergman, un tipo guapo y apuesto con cara de profesor de literatura comparada o de asesino en serie.

El viernes pasado volví a cenar a mi sueco favorito (en rigor, tampoco conozco otro porque en Olsen no he estado nunca). Era el cumpleaños de una persona muy importante que se merece todos los brindis del mundo.

Empezamos con un lingotazo de vodka y unas rodajitas de caviar (Gorbachov llaman jocosamente al chupito de marras) y paladeamos con cautela, como a sorbitos, alargando la noche adrede, el aperitivo de reno y el delicioso salmón marinado con mostaza mientras dábamos buena cuenta de un vino rosado que quisimos portugués (Mateus) por eso de darle a Suecia un toque más cálido. La eficaz camarera subdos nos preguntaba si queríamos más vino y nosotros, que sí, que había que protegerse frente al frío de la noche sueca.

El salmón con mermelada de tomate y queso de cabrales estaba espectacular(es una Suecia poco ortodoxa y sin embargo deliciosa, ésta). El Magret de pato, también muy rico, muy moroso, muy agradable de comer entre las carcajadas de una mesa redonda y enorme plagada de guiris risueños y las confidencias de una pareja en los 50, nuestros vecinos, que no paraba de hacerse carantoñas.

Y de postre llegó el plato estrella, porque el appelstrudel con helado de vainilla de Collage es cosa fina, fina, fina.

Strindberg, con su proverbial liviandad de ánimo, aseguraba -cenizo él- que la felicidad se consume a sí misma, que es imposible que dure para siempre, que, indefectiblemente, se agota y que el hecho de saberlo, el presentimiento de su finitud, de su necesidad de resquebrajamiento, destruye la felicidad, siempre, en su misma cima.

Pues se equivocaba Strindberg. Hay ratos que la felicidad dura para siempre.

1 comentario:

  1. Well what do you know?
    We know Ruth got a tow.
    We know Rick with Watt and Jo...
    Well what do you know?
    There's Newfoundland and boo...
    There's Navy Seals, too...
    A whole lot to do...
    Well, what do you know.

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