30 de octubre de 2011

Por Intermezzo

Hacía una vida que no íbamos a desayunar a uno de mis bares de barrio favoritos, Intermezzo, pero este sábado nos hemos regalado una de esas mañanas indolentes a la vera del periódico, del muy estulto y aún así irresistible suplemento femenino, del bizcocho casero y el zumo de naranja.

Lo mejor de Intermezzo no es el bizcocho de yogurt, tan gordo y esponjoso que hay que cortarlo en transversal para llevárselo a la boca, como si fuera el pan de un bocata. Tampoco las rosquillas de anís que siempre pedimos como propina, ni siquiera el zumo de naranja recién exprimido.

 Lo mejor no es el chucho milenario y despeinado que recorre los bajos de las mesas con su cara triste ni la camarera con físico de hormiguita hacendosa y voz aniñada. Lo mejor no es que no haya apenas nadie a estas 11 del sábado recién estrenado.

Para mí, lo mejor es el ventanal enorme que se asoma al Auditorio Nacional, a los edificios de Príncipe de Vergara y las pistas de baloncesto. Eso, y la sensación de estar asomado al mundo de posibilidades infinitas del fin de semana, el horizonte abierto y despejado y sereno de las mañanas de sábado junto al café con leche...

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