21 de octubre de 2010

Por los momentos de complicidad ante un Jaguar

Salgo de trabajar (calle Goya), tengo un evento a las 8 y media y como quiero hacer tiempo y necesito unas medias, me meto en H&M a estirar lo más que pueda el saldo de final de mes. Un calzedonia hubiera sido la solución idónea (disculpas por el ripio), pero H&M está mucho más cerca.

Las medias en cuestión, objeto de mis cuitas, me resultan bastante feas y nada baratas, de modo que salgo de ese reducto de felicidad consumista made in Suecia con las manos en los bolsillos de mi abrigo, un abrigo, por cierto, que es mi tesoro de las rebajas pasadas y que contribuye grandemente a mi felicidad. Si me lo pongo y le presto atención, estoy más contenta (es de Comptoir de Cotonniers).

A la vera del semáforo me detengo, lo mismo que un grupete de paseantes anónimos. Está en rojo.

Y entonces sucede.

Sucede que se desencadena todo lo que ahora me da la gana de festejar con este brindis.

Y es que un Jaguar alucinante, en color verde oliva, un carrazo despampanante de los que parece que ponen el mundo a cámara lenta a su paso, uno de esos, se detiene junto a nosotros.


Y del Jaguar desciende un atractivo caballero, en los 40, guapérrimo, rizos engominados, riguroso traje de chaqueta azul marino y abre una de las puertas traseras, la contraria al asiento del conductor, a nuestro lado.

Y entre el grupete de paseantes anónimos, una señorona morenaza con una infinitud de bolsas de papel en cada mano -una señora en que la nadie parecía haberse fijado mucho- se adelanta y, a la aleve inclinación de cabeza del apuesto chófer, entra en el cochazo portentoso (todo tiene un punto de superlativo en la escena) y deja cerrarse la puerta tras de sí, en un suspiro. oh!

Y entonces ocurre.

Ocurre que el grupete de paseantes deja de ser anónimo. Yo giro la cabeza hacia mi derecha y sonrío perversamente a mi vecina, una bella dama sin ninguna bolsa de ningún material en la mano, y ella, a su vez se gira hacia su ¿marido? un cincuentón, con bigote, y bastante aparente y éste le pega un codazo a la chavalina que está a su lado, diría que su hija (porque se le parece en todo salvo en el bigote)

Y soltamos una carcajada. "Igual nosotros somos más felices", filosofea alguien. "Igual un día un pedazo de Jaguar color verde oliva nos viene a buscar con chófer apuesto a alguna parte", fantasea una que yo me sé. "Igual nos toca la lotería" (brava, chavalina!)

Y entre bromas, cada cual cruza la calle Velázquez yo creo que fantaseando con lo que colaría en esa miríada de bolsas de tesoros.

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