En el Día de mi barrio trabaja una cajera que se llama María. Debe de medir un metro cincuenta, tiene cara de no haber cumplido aún 17 años y una voz de pajarito que acongoja. "¿tiene la tarjeta del día, señora?" como si le fueras a partir el corazón de no tenerla.
María personifica la nostalgia y la tristeza que -me parece a mí- tiende a caracterizar a las cajeras del Día, más que a ningunas otras cajeras de supermercados, hipermercados, droguerías y ultramarinos de cualquier clase y ubicación (quede subrayado y en negrita que nada tengo en contra del gremio cajerístico, yo que he trabajado de mil cosas mucho menos motivadoras que acariciar códigos de barras).
María se peina el flequillo hacia atrás, sujeto con un montón de horquillas, estirado y severo, para ver si así se suma un par de años y va pasando por la luz del lector, concienzudamente, los zumos de maracuyá, las latas de atún en aceite, la pasta de bacalao Royal (un día dedicaré un post a este muy loable producto recién incorporado a mi lista de la compra), el papel higiénico. 8.47. ¿no tendrá los 47 céntimos señora? ¿los 7? ¿27? ¿10? María siempre se obceca en optimizar el cambio. Apenas mira a los ojos. Es una criatura tímida.
Hoy a la pobre, sola ante las hordas de compradores del "a cuarto de hora de cerrar", se le ha sumado una cola delante de su caja solitaria de por lo menos 30 individuos cansados y con ganas de llegar a sus casas. Y María ha llamado una vez por el timbre a su colega.
Han pasado 7 minutos ¿o 6? ¿o 46? y la cola llegaba a los cajones de ciruelas en oferta, a la nevera de los precortados de choped y pechuga de pavo y María ha vuelto a tocar la alarma. ¡Amigas -imaginaba uno la voz de gorrión de María implorando a sus compañeras- necesito ayuda!
Las compañeras, dos puertorriqueñas -otra vez, nada tengo en contra de las puertorriqueñas, yo misma pude haber nacido en Puerto Rico como en cualquier otra parte- rechonchillas y no particularmente simpáticas, seguro que andaban haciendo cualquier cosa en almacén o vete a saber dónde, y a María la cola le llegaba a los recodos de los cartones de leche (2 litros de leche de soja con calcio por sólo 1,39 euros, oiga)
Y María ha llamado de nuevo a la alarmita. Kiling, kiling.
Y una de las puertorriqueñas ha llegado refunfuñando por el pasillo, haciendo aspavientos, con cara de ira y le ha soltado, como un bofetón de palabras delante de todo el mundo. "María, eres una torpe" (tal cual). "Si necesitas que venga no me llames mil veces, que no estoy sorda".
Y entonces ha sucedido lo que motiva este brindis, este aplauso, este momento de orgullo de pertenecer a la raza humana.
Porque la pareja de estudiantes que estaba acabando su compra de sopas de sobre y lasañas precocinadas ha dicho a la puertorriqueña que era una maleducada y que estaba mal regañar a su compañera adolescente delante de un montón de gente. Y el señor que iba a continuación (con un paquete de brotes de soja, dos sobres de servilletas de papel y una montaña de cereales, galletas y fiambres en su carro) ha añadido que no ocurría nada por esperar pero que María había hecho estupendamente en llamar varias veces y que qué era eso de andar gritando a nadie.
Y aunque la cajera2 ha refunfuñado y ha replicado no sé qué de que se le estaban cayendo las cajas en el almacén y María no ha dicho ni pío hasta la tercera persona de su cola "¿tiene la tarjeta del Club Día, señora?" yo me he fijado que le brillaban los ojos, como más vivaces, y que le ha asomado una sombra de malicia en la comisura de los labios y hasta parecía un pelín menos triste cuándo le preguntaba a su clienta ¿no tendrá 23 céntimos? ¿3? ¿25? ¿2?
---reflexionando sobre el "momento cajera" no sé si es un poco triste después de todo, pero me ha gustado que alguien defendiera a María que parece tan frágil, tan dulce y tan perdida en su uniforme rojo y blanco.
Ana, qué guay. Cuando yo voy a Día siempre se me acaba colando una horda de viejitas de "las que solo llevan una cosa" :)
ResponderEliminarQué bonita esta grieta por la que se ha colado la poesía...
ResponderEliminar