porque, en nuestra lista de obsesiones estéticas, pasado el tiempo de los bikinis, entrado el tiempo de las castañas, sustituyen con pasmosas intensidad y rapidez a las cremas anticelulíticas (el caso es empotingarse para luchar contra algo)
por su vocación igualitaria y antisexista, por su afán de equiparnos, en torturas,inquietudes y desvelos, al género masculino.
por su ineluctable capacidad de remover nuestra fe, por su cariz de agarraderas a la posibilidad del milagro, por cómo nos devuelven la candidez infantil, la ingenuidad primigenia para creer que casi todo es posible (con un poco de ayuda química).
por su caleidoscópica variedad de formatos que recuerda la botica de un aprendiz de alquimista (lociones, afeites, pomadas, serums, tónicos, cápsulas, clésidras, espumas, aguas jabonosas...)
por sus texturas -grasas- y sus olores -fétidos- que hacen que te preguntes si una calva bien plantada, después de todo, no tiene su punto sexy.
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