...que con sus 25 números escasos y sus dos manzanas, es una de las calles más bonitas de Madrid.
Un poco pijita y coolhuntista, cierto, pero tan encantadoramente parisina (será que está a la vera de la plaza de la Villa de París, en el alto Chueca), tan bohemia con sus balcones de forja y sus bellísimos portales como el del número 20, envidia de los portales del vecino Barrio de Salamanca.
A mí me encanta irme entreteniendo, desde Mejía Lequerica hasta Génova, de escaparate en escaparate, de capricho en capricho (un entretenimiento platónicamente estético y visual, nada de comprar a estas alturas del mes), de Nice Things a la Pluscuamperfecta, de Suus -madonna, ché scarpe italiane!- a Amaté -golosinería a la enésima potencia- de Antaura a A13... ¡La vida puede ser tan requetemonísima!
Uno (una) se asoma a todas esas promesas de tesoros vintage (ahora queda en mi corazón el recuerdo de un colgante dorado con forma de guepardo que quisiera haber heredado de mi abuela exploradora en Tanzania), a esos bolsos fabulosos (Ensanchez, haces el mundo más bello), a esas delicias pantagruélicas y hermosas (¡oh, gozo hecho comida en Antoura, con ese carro de frutas que parece un bodegón flamenco!), a esos uñódromos donde dejar tu manicura niquelada y pizpireta, a esas montañas de libros fabulosos (en Gaudí), a ese lotero solitario, a esas tablas de skate... (me he vuelto loca esta tarde en la calle Argensola) y se da cuenta de que a veces la felicidad está en 25 minutos de dicha asomado a un ramillete de escaparates.
Argensola es un preludio de Navidad, un conato de viernes, una maravilla. Mañana me paso por la taberna de la esquina a brindar por el fin de semana que se entrevé ya en la distancia...
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