7 de noviembre de 2010

Por los aromas florentinos

Acabo de pasar unos días en Florencia. -A volte, sono troppo fortunata- y me he traído en el recuerdo una carta de aromas que ni el Jean-Baptiste Grenouille de Patrick Suskind.

Porque, en medio del olor a sol y a molicie y a belleza de estos días de primeros de noviembre, la que sin duda es una de las ciudades más justamente elogiadas del mundo (que se lo digan a Stendhal ante la Santa Croce), se me ha presentado en clave de olor.

El olor del capuccino -penetrante perfume de café y leche caliente- del desayuno en la terraza de Scudieri, recoleta terraza florentina ante esa maravilla inenarrable que es el Campanille de Giotto.


El olor caprichoso del lujo y la indolencia de cada una de las boutiques de marcas pijas (de Ferragamo a Gucci, de Moschino a Dolce&Gabanna, de Prada a la Bottega Panerai) que jalonan el centro histórico.

Las mil y una fragancias (a musgo, a vainilla, a mirra, a maderas, a césped, a miel, a zanahoria...) de la lujosa barra de aromas de L'Olfattorio, impresionante coctelería olfativa capaz de encontrar, entre las cúpulas de pandeoro y las lámparas constelatorias, el aroma perfecto para cada cliente.

Estos días, Florencia ha sido, para mí, sinónimo del aroma de los deliciosos panini tartufati de Procacci (trufa hecha bocadillo, pero también mantequilla, tagliolini, bombón, panacea...), fragancia pura y rotunda de trufas, que marea y embriaga nada más abrir la puerta de este delicatessen de lujo en la penumbra de la pizpireta calle Tornabuoni (¿quién no se vuelve bueno con tanto deleite?)

Y me ha olido la ciudad de los Medicis al cuero curtido del colorido Mercado de San Lorenzo (olor de guantes de piel de cordero, de cartapacios de napa envejecida, de atrapapalabras encuadernados en ante, de bolsos de todos los colores y todas las formas y todos los tamaños...)

Porque Florencia huele a vino y a hambre, a Chianti y a mortadela (como los muy deliciosos de Fredobaldi), a pizza de pecorino (la Bussola), a paté de hígado y a carne de morcillo con pimienta como los del inolvidable 'peposo' de la trattoria 4 Leoni, a polvos de Collstar de la Rinascente, al cioccolato con panna de ese café literario donde nació el Futurismo (Giubbe Rosa), a las cadenitas de oro y diamantes del Ponte Vecchio.

Y aún a más cosas...
Porque, al cabo, al acabar mis golosas y gozosas jornadas de 'fancazzista', mareada de tantos olores de manjares y tesoros, a la vuelta de la esquina de la Piazza della Santa Trinitá y la Via delle Terme, me abrumaba todavía el aroma de rosas recién cortadas desde la misma recepción del NH Porta Rossa, un hotel del que dicen que es el más antiguo de Italia, el único, sin duda, cuyas vidrieras rosadas rezan -en honor a sus antiguos propietarios traficantes de opio- la extravagante leyenda "Per non dormire".

Yo sí he dormido aquí y muy bien, por cierto, en sus mullidos colchones donde, hace un montón de años se rodaron esas escenas míticas de Amici Miei.

Y en la cima de su torre Monalda, asomada a las mejores vistas de la ciudad dantesca, he soñado con los mil aromas de la vita bella.

3 comentarios:

  1. florencia es una de las ciudades más hermosas del mundo
    besitos!!!

    http://elblogdebarbaracrespo.blogspot.com

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  2. tienes que animarte a venir pronto. El hotel es una maravilla.

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  3. Guau, tenían atrapapalabras encuadernados en ante

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